Desde hace tiempo se baraja la hipótesis de que en el pasado remoto de la Tierra, meteoritos u objetos similares, caídos en ella y procedentes de otros mundos, pudieron albergar microorganismos que sobrevivieron y prosperaron en nuestro planeta, siendo éste el origen de la vida en la Tierra.
Una nueva investigación otorga a esta hipótesis más probabilidades de ser real que las asumidas hasta ahora.
Los autores de este estudio, de las universidades de Arizona y Princeton en Estados Unidos, y del Centro español de Astrobiología, han llegado a la conclusión de que, bajo ciertas condiciones, hay muchas probabilidades de que la Tierra recibiera vida de otros mundos, o la exportase a estos, durante la infancia del sistema solar, cuando la Tierra y sus vecinos planetarios en órbita a otras estrellas estuvieron lo bastante cerca unos de otros como para poder intercambiar, con relativa facilidad, grandes cantidades de materia sólida.
Los resultados de la nueva investigación proporcionan el apoyo más fuerte para la litopanspermia, la idea de que las formas básicas de vida se distribuyen en muchas partes del universo mediante meteoritos u objetos similares, expulsados de sus mundos de origen por catástrofes tales como grandes erupciones volcánicas y colisiones con otros cuerpos celestes. Tarde o temprano, la gravedad de otros sistemas planetarios atrapa a estas rocas errantes, que, al caer en un mundo con las condiciones ambientales adecuadas, pueden convertirse en los primeros colonos de los que surjan, con el paso de la evolución, muchas otras especies, considerables ya como autóctonas.
Los investigadores basados en Universidad de Princeton, la Universidad de Arizona y el Centro de Astrobiología en España usaron un proceso de velocidad baja llamado traslado débil para proveer el soporte más fuerte aún para "la lithopanspermia," la idea que el brote de vida de los microorganismos llegaron a Tierra — o la semilla de la Tierra hacia otros planetas en desarrollándose — por medio de colisiones con fragmentos planetarios como de meteoritos. Bajo el traslado débil, un fragmento planetario lento serpentea en el margen del tirón gravitacional, o el límite débil de estabilidad, de un sistema planetario. El sistema tiene sólo una interacción imprecisa en el fragmento, queriendo decir que el fragmento puede escapar y esté accionado en espacio, yendo a la deriva hasta que es tirado hacia adentro por otro sistema planetario. (Imagen por Amaya Moro-Martín) |
Investigaciones anteriores sobre este hipotético fenómeno sugerían que debido a la alta velocidad con la que se considera que suele viajar la materia sólida de esa clase a través del cosmos, son muy escasas las probabilidades de que sea atrapada por el campo gravitacional de otro objeto. Sin embargo, los investigadores de las universidades de Arizona y Princeton, y del Centro español de Astrobiología, reconsideraron la litopanspermia bajo un escenario teórico distinto, basado en un proceso de baja velocidad. En este caso, las velocidades barajadas fueron 50 veces menores a las estimadas en estudios anteriores.
Usando como modelo el cúmulo estelar en la que se formó nuestro Sol, el equipo realizó simulaciones, mostrando que, a esas velocidades más bajas, la transferencia de material sólido desde un sistema planetario a otro pudo ser mucho más probable de lo que se pensaba.
El equipo de la astrónoma Amaya Moro Martín del Centro español de Astrobiología, la física Renu Malhotra de la Universidad de Arizona, el matemático Edward Belbruno de la Universidad de Princeton en Nueva Jersey, y el ingeniero aeroespacial Dmitry Savransky también de ésta última universidad, sugiere que, de entre todas las rocas desprendidas de los astros de nuestro sistema solar y del sistema solar más cercano al nuestro, de 5 a 12 de cada 10.000 rocas pudieron ser capturadas por el otro sistema solar. Simulaciones hechas en estudios anteriores sugerían probabilidades tan bajas como una entre un millón.
Los investigadores han calculado que nuestro sistema solar y el sistema solar con planetas más cercano al nuestro pudieron intercambiar rocas al menos 100 billones (millones de millones) de veces antes de que el Sol comenzase a alejarse del cúmulo estelar en el que nació. También hay indicios obtenidos de rocas que sugieren que algunas formas básicas de vida aparecieron en la Tierra en la época en que el Sol aún estaba dentro de ese cúmulo estelar. Además, todo apunta a que tales formas de vida fueron lo bastante resistentes como para sobrevivir a un viaje interestelar y a un impacto final contra la superficie de un mundo.
Las probabilidades de que una estrella capturara materia sólida proveniente de otro sistema planetario en los tres escenarios considerados en el nuevo estudio, son hasta mil millones de veces mayores que las estimadas en algunas investigaciones previas.
En cuanto a la transferencia específica de la vida, los investigadores sugieren que aproximadamente 300 millones de eventos de litopanspermia pudieron acontecer hacia o desde nuestro sistema solar y el sistema más cercano.
Pero ¿estaba la Tierra preparada para alojar a las formas de vida llegadas de fuera de ella?; aún en el caso de que los microorganismos alienígenas sobrevivieran al largo viaje hasta la Tierra, el planeta debía estar a punto para recibirles, o de lo contrario esa nueva vida no podría prosperar aquí.
La respuesta es que, al parecer, la Tierra sí estaba preparada: Los autores del nuevo estudio se remiten a evidencias de datación de rocas terrestres que indican que la Tierra ya contenía agua cuando nuestro sistema solar tenía tan sólo 288 millones de años de antigüedad, y que nuestro mundo pudo acoger vida antes de que el sistema solar cumpliera los 718 millones de años de edad.
El cúmulo en el que se cree que el Sol y otras estrellas se formaron más o menos al mismo tiempo, comenzó a fragmentarse cuando el sistema solar tenía aproximadamente entre 135 y 535 millones de años.
Por lo tanto, si la vida surgió en la Tierra, y quizá en otros mundos, poco después de estar disponible el agua en su superficie, es posible que durante unos 400 millones años la vida hubiera viajado desde la Tierra a otros mundos habitables, y viceversa, según las conclusiones del estudio.
Si en esta región del cosmos la vida empezó antes en otros sistemas solares que en el nuestro, y parte de ella fue a parar a la Tierra cuando las distancias entre sistemas solares eran mucho menores que en la actualidad, entonces hay que aceptar la posibilidad de que la vida de la Tierra se hubiera originado fuera de nuestro sistema solar.
Referencia: Princeton University